Skip to main content

Vuelo directo

Marrakech es una ciudad de Marruecos atractiva para conocer en invierno, buena época para viajar a este país cálido. Desde España, un vuelo directo con Málaga la hace muy asequible, apenas a una hora y media, cruzando el Mediterráneo en un momento. Por ello, hay muchísimo turismo español en vacaciones de Navidad. Ha sido también nuestro punto de partida para recorrer la Ruta de las Mil Kasbahs.

Málaga-Marrakech

Yamaa El Fna

Inicio mi contacto con Marrakech en la emblemática Yamaa el Fna,  la plaza principal de Marrakech, el lugar más importante de la medina. Mi primera impresión es algo estresante. Comienza con el susto de cruzar las calles sorteando coches y motos, sin pasos de peatones. El segundo, los domadores de monos y serpientes, que me asaltan intentando ponerme encima a sus animales. ¡Pobrecillos, me da pena su explotación turística! y evito hacerme foto alguna con ellos. El tercero, la insistencia de los vendedores de comida en los puestos,  abruman con frases ingeniosas en español, que tiene su gracia no obstante: “más barato que en Mercadona…si comes aquí, tienes una garantía de tres años sin diarrea…”A partir del cuarto susto (me persigue una bailarina de velos azules porque no sé cuánto dinero darle por hacer una foto) ya me voy curtiendo. Me hago con el lugar y comienzo a relajarme entre los coloridos puestos de fruta y las voces de los cuentacuentos. Un tazón de sabrosos caracoles me reconcilia con las sorpresas.

La plaza es enorme, rodeada de cafeterías y restaurantes. Merece la pena subir a alguna terraza para contemplar su vitalidad explosiva desde las alturas. Entro en el Café de France, saboreo un té a la menta, extasiada con los cambios de luz, olores y sonidos. Una impresionante puesta de sol recorta la torre de la Kutubía.

Me sorprende la transformación de Yamaa el Fna al avanzar la tarde. El bullicio arrecia de noche, con espectáculos diversos y personajes curiosos. Dadas sus dimensiones, recorrerla despacio me lleva un par de horas. Entrada la noche, el humo y tanta intensidad de estímulos me saturan. Aunque hay seguridad en Marruecos, tengo la sensación de que cientos de ojos y orejas me acechan en la penumbra. Mañana vuelvo.

Jardines Majorelle

A la mañana siguiente, fuera de la medina, visitamos los Jardines Majorelle, para lo que hay que hacer una larga cola en taquilla. Jacques Majorelle fue un pintor orientalista francés que, seducido por Marrakech, en 1923 se quedó a vivir allí. Diseñó en 1931 un bellísimo jardín de plantas exóticas y especies raras recolectadas en sus viajes por todo el mundo, así como un estudio de Art Deco, cuyas paredes se pintaron de “Azul Majorelle”. El jardín se abrió al público en 1947, pero tras su muerte en 1962 cayó en el abandono.

En 1980, Pierre Bergée e Yves Saint Laurent adquirieron el Jardin Majorelle. Desde entonces, ha sido restaurado y se han añadido muchas otras plantas. En el estudio del pintor se creó un museo de la cultura Bereber, y actualmente incluye también una librería, café y boutique. Una pequeña galería del amor incluye los pósteres de la serie “Love” que Yves SL enviaba a los clientes de su firma de moda cada Año Nuevo. Tras su muerte, todo lo gestiona una Fundación que financia proyectos culturales, educativos y sociales.

Este espléndido Jardín se sitúa, cómo no, en la Rue Yves Saint Laurent, y recibe muchísimas visitas, así que olvidaos de un tranquilo paseo por tan concurrido lugar.

Jardines de La Menara

Tras el bullicio del Jardín Majorelle, ir a los jardines de la Menara es muy reconfortante: por la amplitud del espacio y la sencillez de su arquitectura entre agua y olivos. Sus orígenes, un sistema de canales subterráneos para el riego de huertos y olivares, datan del siglo XII. Desde una gran avenida se contempla la torre Kutubía y los montes del atlas al fondo. Una serena belleza me atrapa en su quietud. Un edificio central (s XVI), un pabellón con una pequeña pirámide verde, preside el inmenso estanque almohade.

Para acortar distancias y ahorrar tiempo, lo mejor es desplazarse en taxi, cuyo precio conviene negociar antes: oscila entre 30 y 40 dirham (al cambio, 3-4 €). Es fácil dividir por 10 la cantidad para el cálculo rápido en euros.

La medina monumental

La Mezquita Kutubía es el monumento más representativo de Marrakech. Al igual que el resto de las mezquitas, su interior solo puede ser visitado por los musulmanes. El minarete de piedra dorada (1147), con sus serenas proporciones matemáticas de arquitectura almohade, es la visión más reconocible de Marrakech. Sirvió de inspiración a la giralda de Sevilla, en España. Ayer la vi, recortada en un rojo atardecer, desde Yamaa el Fna, y me cautivó. Ahora, a sus pies, me recreo en todas sus fachadas.

En uno de sus laterales han quedado los cimientos de la antigua mezquita que, por no estar bien orientada hacia La Meca, fue derribada y construida de nuevo. Un tranquilo paseo por los Jardines de la Kutubía te relaja de la intensidad de la cercana Yamma el Fna.

Al acceder desde un estrecha y concurrida calle, me sorprende la belleza del minarete de la Mezquita de la Kasbah, cubierto de yeso rosado, recortado en un despejado cielo invernal. Es la mezquita principal del sur de la medina.

Junto a ella, doblando un callejón, se accede a las tumbas saadíes.

Tumbas Saadíes

Para visitar las Tumbas saadíes (s XVII) hay que armarse de paciencia. Estuvimos casi dos horas haciendo cola para ver, en escasos minutos, la sala de los doce pilares. Hay muchísimos turistas entre las 9.30h y las 13h, así que es recomendable ir en otro horario, mejor al atardecer, cuando esa luz resalta además la decoración.

La tumba del sultán Al-Mansur está en el centro, suntuosa de mármol de Carrara y coronada por una dorada cúpula de mosaicos. A su lado, en tumbas pequeñas reposan sus hijos, príncipes saadíes, y sus consejeros judíos de mayor confianza. Los que no eran príncipes, están enterrados en el jardín.

Barrio judío

Después de visitar las tumbas, atravesamos el silencioso barrio judío, el “mellah”, callejones con edificios de barro cocido y balcones de hierro forjado. Conserva la discreta Sinagoga de Lazama, rodeada de tiendas de especias. Sus coloridos aromas son, desde luego, irresistibles.

No sé muy bien cómo llegamos a una tranquila y despejada plaza, de la que no recuerdo el nombre, pero sí el del estupendo restaurante Le Tanjía donde probamos tajín de cordero con ciruelas y almendras. El Tajín es un plato muy típico, que se cocina al vapor de la tajinera de barro.

Degustamos una cerveza elaborada en Marruecos. Es muy difícil que te sirvan alcohol en Marruecos y una cerveza cuesta 6€. En nuestra cultura, el alcohol ha cobrado una importancia relevante. Así que esta Navidad abstemia me ha facilitado la costumbre de beber el mínimo alcohol.

Me quedo con ganas de visitar los zocos. Otra vez será. El escaso tiempo que nos queda lo aprovechamos para volver al atardecer de Yama el Fna, el primer y último lugar en nuestra visita a Marrakech. Inolvidable.

Salaam alaykum… Wa alaykum salaam

Que la paz esté contigo… y contigo la paz

Mar Morales Hevia

Autor Mar Morales Hevia

Más artículos de Mar Morales Hevia

Dejar un comentario