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España es lo que tiene: de todo, bueno y en abundancia. Un patrimonio paisajístico, histórico, gastronómico, cultural, que merece la pena conocer sin prisas. A pesar de la pandemia, nunca vi tanta gente en los lugares emblemáticos; mucho turismo familiar, de pequeños grupos, todo tipo de parejas y personas solas. Millones de españoles recorremos estos días nuestro país. Se entienden las ganas de salir de casa, aunque sean pocos días y adaptándonos a las restricciones por la pandemia. Conocer lugares nuevos emociona. Así que hago pequeñas escapadas desde la casa de Asturias. Evito aglomeraciones y horas punta; me dejo sorprender por lo que el viaje permita en cada momento. Renuncio a todo a lo que esta compleja situación del coronavirus nos obliga.

Aún así, y a pesar de volverme viajera poco sociable, puedo disfrutar mucho cualquier rincón. Porque agradezco moverme, respirar vida y empaparme de belleza.

Galicia en tres. De la Mariña Central a Lugo

Descubro Galicia poco a poco; me sabe a más. Prefiero ver menos lugares y a mi ritmo. Así que comparto las principales impresiones de los sitios que escogí para poder conocer la provincia y capital de Lugo en un breve tiempo: tres días cruzando en coche tierras de tres ríos: el Nalón, el Eo y el Miño.  Todo me ha gustado mucho, pero atesoro 3 impactos cronológicos de sorpresa y belleza, esos que cortan el aliento y que emocionalmente te dan alas.

Primera parada en Foz, una villa costera más turística que pesquera. Grandes playas de arena muy blanca. De ellas parten largos paseos acantilados con espléndidas vistas. En plena campiña (hay que ir a propósito) sorprende la iglesia románica (IX-XI) de San Martín de Mondoñedo, la primera catedral consagrada como tal en la España y sur de Europa de aquella época. Posteriormente, la diócesis se traslada a la capital: Mondoñedo.

Seguimos a Mondoñedo ciudad. La entrada a la plaza de la Catedral es el impacto 1. Extasiada; fue una sorpresa de exclamar ¡oooh, aaah!. no solo porque sea patrimonio mundial, sino por la estructura arquitectónica del conjunto, con sus maravillosas casas de galerías blancas contrastando con la piedra.

Una certeza que ya descubrimos desde el primer día es que, sin reserva previa, olvídate de entrar en cualquier bar o restaurante. Una opción que facilita el viaje es comer el pulpo que se cuece en las calles, llevar bebidas frías y comprar productos locales como pan, queso, tartas o empanadas, que hay de múltiples variedades.

Lucus sobre un castro celta

La primera impresión que me produjo entrar en Lugo es que sus altos edificios de galerías y muy juntos, parecen semejar una moderna muralla. Una invitación a la que hay dentro, una impresionante muralla romana, muy bien conservada y sobre la que se puede caminar en todo su contorno. Con sus 85 torres y 2266 metros, es Patrimonio Cultural de la Humanidad. Ver Lugo sobremuros fue otra sorpresa monumental, una perspectiva muy distinta tanto de la moderna ciudad extramuros como la intramuros del casco histórico, en el que se mezclan construcciones romanas, medievales, barrocas y neoclásicas, con esa impronta recóndita y caótica tan peculiar de los barrios antiguos. Impacto 2. Admiración.

No en vano Lugo (“Lucus Augusti”) fue el asentamiento urbano más antiguo de Galicia, elevado sobre un castro en el siglo I. La rodean macizos arbolados inmensos, con carreteras que desconocen la línea recta en su mayoría.

Otro regalo que nos hace Lugo es el hermoso río Miño a sus pies, con el espléndido puente romano. Bajar andando desde la periferia de la ciudad no tiene interés alguno, además de ser muy incómodo por el tráfico y las empinadas pendientes. Mejor hacerlo por donde nosotros descubrimos la vuelta: siguiendo la antigua Vía Romana XIX, a la altura de la puerta del Carmen en la muralla. Es un delicioso y solitario paseo entre huertos.

El milagro de los viñedos

Nos adentramos, ya lindando con Orense, en el paisaje de la viticultura heroica sobre escarpadas laderas que encajonan el río Sil, afluente del Miño. Mirador del Vendimiador, impacto 3. Sobrecogida. Me quedé sin respiración al asomarme. Allí está ambientada la novela de Dolores Redondo “Todo esto te daré”. Extrañamente, no buscamos ninguna bodega, huyendo de las mareas humanas por aquellas tortuosas carreteras de vértigo no aptas para conductores noveles.

Vista desde el Mirador del Vendimiador

Huyendo de multitudes

Y es que era una muchedumbre desbordada lo que nos esperaba en Castro Caldelas, que creímos pueblo recóndito y con fama de ser de los más bonitos de Galicia. Allí se oían acentos de toda España. Nos dijo la Guardia Civil que era el peor día del año para ir: mercado y en fiesta grande. Mascarilla en boca escapamos a lo alto, a ver otro castillo más, testigo este de una difícil convivencia entre señores y vasallos.

Castro Caldelas

Deshicimos en coche un montón de kilómetros y decidimos volver a Lugo haciendo unos cuantos más con una incursión a Portomarín, lugar de peregrinos del Camino de Santiago. Eso lo supimos en cuanto nos vimos rodeados de ellos, bastón en mano. Ellos, irradiaban otras miradas. En este viaje, me ha faltado alguna ruta a pie. Otra vez será. Muy bonitas sus dos iglesias románicas: la de San Pedro y la de San Juan, que fue trasladada piedra a piedra cuando se modificó el curso del río Miño.

En Ribadeo, imposible aparcar. Así que seguimos a Vegadeo por una preciosa carretera bordeando la Ría del Eo. Ya estamos de vuelta en Asturias. Con alivio de carreteras , cogemos la autovía llaneando, con esos impresionantes puentes que vuelan valles y playas hasta la Ría del Nalón, el río de casa.

Encantada en Galicia. Pues entornos milenarios como esos hacen viajar también la imaginación con la magia que emanan castros celtas junto a los ríos, entre calzadas y puentes romanos, asentamientos anteriores de imponentes conjuntos de fortalezas medievales arrimadas a iglesias cristianas. En medio de abruptos bosques más antiguos que todo. Los siglos pasan sobre ellos dejando un rastro paisajístico, histórico y cultural que impresiona. Espérame, Galicia, que pronto volveré, pero no en agosto.

Mar Morales Hevia

Autor Mar Morales Hevia

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