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Relatos vitales, ¿por qué no atreverme a escribir? Siento fascinación por las palabras, habladas y escritas; cómo pueden unirse con arte y técnica (admiro a quienes lo hacen con maestría) para crear y expresar belleza, ideas, sentimientos, preguntas o misterios. Me gusta escribir. Y me gusta la aguja casi tanto como la pluma. Ambas aprendí a usarlas a los seis años y la afición ha crecido también. Por eso he tenido la idea de unirlas en un proyecto compartido. Veremos qué sale.

De mi tiempo entre costuras, he conseguido muchos restos de telas. Así que para reciclarlos y crear algo diferente, mi proyecto del verano es un tapiz de patchwork con el que puedo ir contando historias. Trocitos de recuerdos unidos al hilo de mi memoria crean un relato; formas y colores cobran vida. Las imágenes tienen mucha fuerza para mí, componerlas o captarlas con la cámara del móvil. Es como estoy planteando este trabajo narrativo uniendo diferentes recursos expresivos. Me entretengo y disfruto mucho, es un reto estimulante para fluir.

A modo de capítulo 1 no sabía por dónde empezar mis relatos de tela. Como estoy en la casa familiar asturiana, rodeada de naturaleza, la inspiración para iniciar mi historia personal brota fácilmente ligada a la impresión indeleble de los veranos de la infancia. Retomo las huellas y me encuentro repitiendo los guiones que me hicieron feliz.

Capítulo 1. ORÍGENES: Naturaleza vital

Alguien dijo que la felicidad es el universo sensorial y amado de la infancia. Mis recuerdos tienen muchos árboles https://marhevia.com/wp-admin/post.php?post=4129&action=edit.

Hacer una cabaña de ramas, rodar por la hierba, buscar luciérnagas y grillos, correr entre gallinas y vacas, escuchar la noche y el agua, los trinos, el crepitar del fuego en la chimenea, el olor de la siega, coger manzanas, saborear el queso fresco recién hecho, los cambiantes colores del cielo, la luz…han trazado caminos en mi cerebro y moldeado mi sensibilidad, sobre la memoria de un millón de años.

Cuando mis hermanas y yo éramos pequeñas, encerrarnos entre cuatro paredes después de tan largos veraneos, era un shock. Decía mi madre que parecíamos animalillos enjaulados, que nos subíamos por las paredes. A mí me salvaba la ilusión enorme de volver al colegio, forrar los libros, estrenar libretas y el olor de los lápices. Más de 50 años después, sigo llevando muy mal los encierros y muy bien mi universidad de adulta. Aunque tengo mis dudas sobre si soportaría bien otro confinamiento por imperativo del covid-19, alejada de los espacios naturales.

Sospecho que mi urdimbre afectiva y forma de pensar se han tejido en gran medida con hilos de naturaleza: observando y sintiendo sus procesos, sensaciones, fenómenos… fuente de inspiración y sabiduría con la que he madurado, sanadora y nutritiva. Siento que pertenezco al ciclo de las estaciones, me asombran su belleza y misterio, me sobrecoge su inmensidad. Estas experiencias me siguen haciendo feliz.

Hilo y tijeras

Me pongo manos a la obra y dejo que vayan apareciendo las composiciones de piezas. Os muestro algunas y admito sugerencias para unirlas luego

Permanencia y cambio

Según voy recortando y creando me hago muy consciente de cómo la Naturaleza me construye y restituye. Desde que nací, ningún verano he dejado de venir a esta tierra. Y ese amor ha seguido brotando en otras geografías. Con mi línea del tiempo he atravesado sueños, logros, enfermedades, descalabros, pérdidas…y las mutaciones me han vuelto más estable.

Cuando los cambios vitales arrecian, nada se derrumba del todo si algo permanece -en apariencia- inalterable. Para mí, ha sido el paisaje familiar, afortunadamente preservado y a salvo del turismo. Parece que contemplo los mismos bosques, el mismo mar, pero cada vez son árboles y aguas diferentes. Igualmente ha ocurrido con la vinculación humana, a lo largo de varias generaciones.

Necesitamos cierta permanencia para afrontar sin miedo las condiciones cambiantes. Esa estabilidad de las transformaciones (cuyo rastro veo en mi propia personalidad) me produce serenidad y confianza. Siento la Naturaleza madre y hogar.







Del árbol en la pradera, nació mi corazón verde
Arrullos de aire, la luz que abraza
Y en la cuna del agua, la mente azul


Mar Morales Hevia

Autor Mar Morales Hevia

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