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Justo cuando iba a quitar el almanaque y el reloj de la cocina, me ha dado por filosofar. Ha sido viendo las noticias, y luego frenada en la información del tiempo. Aunque venga bueno ¿a dónde podemos ir? Me interesa más lo que digan de los terremotos, ¡porque vaya racha llevamos los granadinos! Del miedo a salir a la calle por los contagios pasamos al pavor de que se nos cayera la casa encima. Así estábamos, miles de personas en traje de noche, saltándonos el toque de queda hasta la madrugada. A casi todo se adapta uno, incluso a transmutar el miedo, viviendo con cierta calma y aceptación sucesivos temblores impredecibles. Más allá de Granada, un terremoto de gran intensidad tambalea el mundo. Cuando pase, no creo que volvamos a ninguna normalidad. No habrá retroceso sino avance, hacia no sabemos bien qué realidad anormal.

Vuelvo a lo de quitar o dejar mi almanaque. Creo que empiezo a padecer desorientación temporo-espacial. Lo miro porque a veces no sé ni en qué día vivo. Me da igual domingo que martes, una semana que otra, con esto del confinamiento, el teletrabajo y los encuentros virtuales.

Segunda quincena de febrero. Se huele el despertar de la tierra. El cambio de estación lo anunciaba un “Ya es primavera en el Corte Inglés”. Ya, no. Recordando los inmensos carteles de ropa primaveral, me pregunto cómo va a evolucionar la moda, con estos “look de pandemia” a los que nos vamos acostumbrando (arreglados de cintura para arriba cuando salimos online) En el 2020 vivimos la primavera detrás de las ventanas. Aunque afortunados los que solo perdimos una estación de la vida. Ahora, pendientes ¡y muy confusos! andamos con las medidas que adopten las autoridades (reconozco mi preocupante pérdida de confianza en algunas) para organizarnos la vida.

Recuerdo mi disgusto cuando un mes de marzo fui a Asturias, deseosa de beber praderas, y mi tío (con toda su buena voluntad) había pasado la desbrozadora. ¡Ay, tío Pepe, que me has segado la primavera! -me lamenté- Mi familia aún se ríe. Porque eso tiene el invierno: que te lanza a esperar la primavera. A confiar en que después de los rigores y aparentes muertes, vuelve a florecer la vida, inevitablemente.

Y es que en este 2021, más que nunca, necesitamos sentir que habrá primavera.

El psicólogo M. Seligman en su obra «La vida que florece», cimenta su labor sobre el optimismo. Se pregunta qué es lo que nos permite cultivar el talento, establecer relaciones sólidas, sentir placer y contribuir de forma significativa al mundo. Florecer es lo que nos permite crecer como personas y crear una buena vida para todos.

¿Y qué hago con el reloj? Entre las cosas que ocurren y mi capacidad de asimilación, media un abismo a veces. Sobreinformarse o estar inmersos en cantidad de circunstancias nuevas y cambiantes no es comprender ni aprender. Porque mi reloj tiene dos agujas: la larga reflexiona, y da muchas vueltas cada día; la corta entiende. Cada una avanza a su ritmo pero a veces quisiera cambiarlas.

Quizá alguien está pensando en una tercera aguja del reloj. Esa es que la quité. Descarto vivir con la aguja del segundero, acción-reacción. La inmediatez me abruma, la velocidad me da vértigo. Las reservo únicamente para algunos instantes de inspiración o eternidad dignos de recordar. ¿Quién no se emocionó alguna vez con la melodía de “Reloj, no marques las horas…”?

Ya me costaba mucho a los seis años entender cómo funcionaba y qué sentido tenía un reloj, saber decir y seguir sus horas. Con la crisis que estamos padeciendo, nos entristece la nostalgia del pasado e imaginar el futuro nos angustia (“¿pero cuándo y cómo…?”). El antes y el después se me vuelven a escapar. He regresado a la infancia del tiempo, la del momento presente.

Si con algo me oriento mejor en esta época difícil del coronavirus es con la pauta de vivir la vida sin prisas pero con pausas, hasta respirar y pensar. Silencios y paradas marcando un buen ritmo.

Complicado viajar, incluso en el tiempo. Pues sí; instalada en el ahora casi de forma permanente, estoy por quitar el almanaque y el reloj de mi cocina.

Mar Morales Hevia

Autor Mar Morales Hevia

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